miércoles, octubre 07, 2009

La noche que nos conocimos.

No sabía bien si era un sueño o si solamente estaba algo mareado, pensaba que no sería raro en mí, y se me venían a la cabeza muchas excusas para perder el sentido. Soplaba una brisa suave que no lograba alejar el calor húmedo de esa noche; no recuerdo cómo pero de repente me encontré sentado al pie de un árbol que me dejaba una sensación de abandono conocida.

A lo lejos, entre el canto nocturno de grillos y otros insectos alcancé a distinguir una voz alegre, era un voz un poco infantil que no me permitía hundirme completamente en mi, pensaba que podría resultar incómodo mantener una conversación en ese momento y tratando de esconder las palabras enredadas de un saludo desganado metí mi cabeza entre mis brazos y traté de ignorar que ahora la tenía a pocos centímetros de mis oídos.

Mientras yo fingía dormir trataba de no perderme ninguna de sus palabras aunque no tuviera idea de quién era o de donde había salido, a la larga tampoco tenía idea de quién era yo y buscar mi identificación no sería de mucha ayuda, una parte de mi quería continuar sintiéndose miserable y esperar que la hierba creciera por sobre mi cabeza, mientras que otra, y con mucha fuerza, se divertía con esa vocecilla que había llegado sin llamarla.
Sin querer terminé quedándome dormido al pie de ese árbol inundado por una paz que no tenía lugar, no supe cuanto tiempo pasó pero el terror me invadió al dejar de escuchar esa voz que al principio pretendía ignorar y desperté agitado tratando de encontrarla de nuevo.

No podía creerlo, nadie la había llamado, llegó sin permiso y ahora simplemente se iba... pensaba en lo tonto que sonaba contar mi desilusión por perder una voz de alguien que no había visto jamás y el desespero por imaginar que sería para siempre no me dejaba dar cuenta que era incapaz de moverme, con cada ola el agua salada me mojaba la cara y me movía como una hoja seca a merced del viento…

Al pensar en una hoja seca recordé que yo me encontraba bastante lejos del mar pero al comprender el absurdo de esa noche no me preocupé por no encontrar el árbol al que me había arrimado antes de… dormirme¿?

El tiempo era lo único constante, ahí seguía mientras yo flotaba entre olas dulces, saladas y algunas veces hasta achocolatadas que con cada marea alta me dejaban ver algunas estrellas asomarse tras el Santuario de Monserrate; y con su paso volví a encontrarme con esa voz tierna y única, sus palabras, de nuevo sin hacer parte de ninguna conversación especial, me reconfortaban demasiado y esta vez decidí no oponer ninguna resistencia, de vez en cuando interrumpía sus juegos, regaños o reclamos con las dos o tres palabras que me salían del corazón, espero que las haya entendido con la fuerza con la que nacían del fondo de mi pecho para cobrar vida en mis labios.

No amaneció jamás, la noche sigue siendo tibia y húmeda, la voz sigue acompañándome de vez en cuando y yo sigo esperando con ansias su regreso cada vez que se aleja, pero ahora hay algo distinto… cada vez que se va, y siento la fuerza con la que la extraño, pienso que es hora de levantarme y seguir mi camino… Pero ahora esas dos palabras vienen mucho más seguido, con más fuerza y ahora no dudan en ir acompañadas de tu nombre.